El ciclista fue asesinado en la sobremesa
Había salido en bicicleta como todos los dias, en la sobremesa, tras comer, con un calor insoportable, pero con ganas de desahogarme de otra de esas jornadas maratonianas de trabajo. Pensaba en muchas cosas, y puede que distraído, pero siempre con mil ojos ante el tráfico más exagerado que de costumbre. Pensaba en muchas cosas, en la mala semana que había pasado en casa, discutiendo una vez más, valorando si seguir adelante o tomar otro camino, empezar en otro lugar, de otra manera. Pensaba en muchas cosas, en los días que faltaban para las vacaciones, en volver a ver a mis padres, a mis hermanos, a mis tíos, a mis primos. Pensar en ver otras cosas, otras personas. Pensar en esos cometas que te alumbran una vez y si pueden volver a hacerlo con más frecuencia. Tenía tantas cosas en la cabeza que llegué a la rotonda y fui girando, y por una de las entradas observé a un coche a gran velocidad...
Seguía pensado en muchas cosas, porque el tiempo pasaba entre pedalada y pedalada, y el esfuerzo cambiaba mi carácter, mi visión de la vida, y golpeaba en mi cabeza recordándome que todavía no había ido al Tourmalet, que todavía no había ascendido el Galibier, ni pisado el Stelvio, que todavía no había hecho una foto con mi ídolo Indurain. Había muchas cosas que me asaltaban en aquella sobremesa que me hacían volver a amar la vida, a relativizar los problemas, a dejar atrás las preocupaciones y a pedalear y a pedalear una vez más.
En aquella rotonda, aquel conductor me asesinó y sólo levantó la mano justificando su acción. Como hacía 18 años, cuando otro vehículo me mató cuando rodaba por mi carretera de toda la vida, al lado de mi familia, y junto a mi amigo. En el segundo que hay entre que esté aquí, ahora, escribiendo, y que hoy no pueda hacerlo, en ese segundo caben muchos pensamientos, muchas ideas, muchas ilusiones, muchas personas. Un segundo en la vida: tan poco y tantísimo a la vez.
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