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Iniciando el camino

Ya hace cuatro años del Everest. Cuantas vueltas ha dado la vida desde entonces y cuantas cosas han cambiado: de no tener trabajo a tenerlo, de un estado civil a otro, de vivir en un lugar a otro a 500 kilómetros, de una Bianchi a otra, de una zona repleta de puertos y tranquilidad a rodar a otra con llano y estrés, mucho estrés... Cuatro años, que parece que no es nada, y ha sido un mundo. Otros cuatro años atrás era aún más diferente: la bicicleta llevaba colgada tres años, las ganas estaban ausentes, no había web, no había blog, no queda rastro de aquello... Mejor, porque ocho años después puedo decir que la bicicleta me ha dado de todo. No solo lugares preciosos, ni muchas horas de sufrimiento, ni puertos increibles... quiero decir muchas cosas que no se pueden pagar: personas, momentos y aprendizajes. Lo esencial en la vida, lo mejor de la vida. Me pierdo, vuelvo a divagar, como siempre...

Cuatro años después vamos a enfrentarnos al reto de los retos, para mí: el Everest, en una ruta diseñada otra vez por mí. Soy un mandón, un tirano, lo reconozco. Esta vez será en una ruta en línea y, si las fuerzas, el humor, la suerte y muchas cosas más, acompañan, culminaremos en el Gamoniteiru los 8848 metros de desnivel (y alguno más). Sólo cicloturismo en su más pura esencia: bicicleta, amigos, puertos y una carretera vista de noche y de día. Nada de patrocinios, ni dinero, ni retos. Exclusivamente ciclismo.

Hace cuatro años que no pedaleo de noche. Desde aquel lejano 18 de junio de 2011 (bueno, 19, que bajamos la Cobertoria a la 1 y media de la madrugada). Tan solo a veces lo he rozado por apurar las rutas. Pero esta ocasión vuelve a ser especial. ¡Es el Everest! Pero todo ha cambiado tanto... Os he dicho más arriba que todo ha variado, todo es diferente, pero hay algo que sigue intacto: a cabezón no me gana ni dios...

No quiero hacer de este pequeño cuaderno hacia el Everest un catálogo de datos. No os voy a presumir de nada, porque de nada tengo que presumir. No sé si lo alcanzaré, porque ya nada es igual, pero sólo por volver a sentir esa indescriptible sensación que tuve al alcanzar con Isma la Cobertoria a la 1 de la mañana, de noche. No se puede describir con palabras. Ver llegar a Peri, y a Javi, cayéndose de sueño. Aquello es inmortal, algo que merece la pena intentar repetir...

¡¡¡Vamos allá!!!

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