La igualdad mata el espectáculo
Veintidos corredores en 41 segundos es el resumen que hay que hacer cuando se lleva, prácticamente, una semana de Tour. Por aquí ya se dijo en su día que la organización había ido un paso más allá en su afán de destrozar la historia de esta carrera y que había preparado un recorrido para un corredor en concreto: Alaphillipe. Con una única jornada de más de 200 kilómetros, una sola crono (colocada al final de la carrera) y las llegadas en alto como alicientes únicos y exclusivos, ¿quién, en su sano juicio, con todo el Tour aún por delante, va a moverse? Aguantar es suficiente, porque no hay necesidad de hacer otra cosa.
El Tour, la organización del Tour, no crea esa necesidad para los favoritos porque cree que la igualdad favorece la carrera: le da emoción, a la vez que engulle y minimiza etapas y puertos. Ya sea Turini, ya sea Mont Aigoual, ya sea Orcieres Merlette. No hay etapas de fondo, no hay contrarrelojs y no hay otros formatos de etapa, y, lo más grave, no hay visos de que los dirigentes vayan a cambiar en sus argumentos. En éstas llevamos ya unos cuantos años y, si la carrera aguanta en pie, es por su prestigio y su historia, la misma que sale a relucir día tras día, porque día tras día no pasa nada en la carrera actual, más allá de bonificaciones, la manera vergonzosa de deshacer igualdad. Si ocurriera en el Giro o en la Vuelta, las peticiones de dimisión, de cambio, serían abrumadoras y las audiencias se resintirían más que en Francia.
No existe el peligro de que un contrarrelojista tiránico aguante en la montaña, porque no tiene terreno para ello: es una batalla entre corredores de corte similar, algunos con más punch en la escalada, otros con más explosividad,...
FOTO: twitter de @kwiato
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