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Tour de Francia

Allí, en una curva, rodeado de poca gente, estaba esperando algo. No se veía nada, la niebla lo tapaba prácticamente todo. Ya habían pasado los coches y las motos que anuncian algo mítico. Y así es como aquella nublada tarde de julio de 1994 en los Pirineos se van a escribir con un guión muy distinto al que estaba previsto. Aparece, y de que manera, un león herido rugiendo con toda su intensidad a aquella selva de vehículos, de aficionados que asiste incrédula al despertar de la bestia. Se trata, nada menos, que de Indurain, con un gesto que nunca habíamos visto, apretando los dientes, desbancando rivales, dejando tirados a los escaladores y rompiendo, otra vez, la carrera, pero, esta vez, en un puerto y cuesta arriba, no como tres años antes en la bajada del Tourmalet. Esto es el Tour, y desde aquel descenso, es patrimonio del navarro, que este año ha tenido que oir todo tipo de estupideces en torno al fin de su reinado. A la cabeza de la insurrección se encontraba un suizo que venía de batir el record de victorias en la Vuelta a España, Tony Rominger. ¡Qué osadía! Indurain responde como nunca se le había visto. Hasta entonces se limitaba a reventar en las contrarrelojs y aguantar en la montaña. Pero este año es diferente. Ha seguido destrozando las cronos, pero muestra un afán de destrozar la carrera que nos hace recordar a otros grandes como Hinault o Merckx. Pensaban que esto era el Giro, con ese grano ruso en las contrarrelojs y ese otro insoportable calvo italiano que atacaba sin cesar. Pues bien, allí estaban todos, en Hautacam, a la hora del té, para intentar lo imposible, desbancar al rey de su trono: ¡Qué ilusos! Primero fueron Zülle y la ONCE, luego Pantani y compañía, hasta que la bestia surgió de las tinieblas, y de la descomunal ofensiva ya se cayeron Rominger y todo su equipo Mapei. Bjarne Riijs, otro que pasaba por allí, ya ha desaparecido. Y Armstrong, sí, el que ahora creemos invencible Lance, perdido en la oscuridad, deslumbrado, al igual que todos los corredores, por la fuerza inalcanzable que muestra el Campeonissimo navarro. Sólo con echar un vistazo a la clasificación general nos damos cuenta de que el Tour de Francia se ha acabado tras 11 etapas: Rominger, segundo, se encuentra a 4:47;  Ugrumov, que sería finalmente segundo, está ya a 8:32; Bjarne Riijs, a 8:59; Olano, a 9:20; Zülle, a 12:44 (puesto 14); Lance Armstrong, a 13:36 (puesto 20); Erik Breukink, a 15:00 (puesto 24); Pantani, a 15:03; Bugno, a 19:06; Chiocciolli, a 29:25; Chiappucci, a33:55; etc...

La nómina de grandes corredores que hay en el Tour, en ese Tour, es altísima, pero hubo uno que los destrozó a todos sin piedad, y ese no fue otro que Indurain. Es lo que ocurre cuando ruge el león y se enfada a la bestia. El campeón habló en la carretera, otros hablaron antes, sí, pero se fueron con el rabo entre las piernas.

Este es el mes del Tour de Francia, la carrera más grande del ciclismo, y aquella etapa, mi mejor recuerdo de una etapa de esta carrera: Indurain surgiendo entre la niebla, resurgiendo de entre las cenizas, levantándose como un titán y reventando su carrera para deleite de todos sus aficionados.

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