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El Tour de Francia y el ciclo de la vida

El Tour de Francia y el ciclo de la vida

Hay ediciones del Tour de Francia que son símbolos, que marcan a una generación de ciclistas y de aficionados. Otras pasan sin pena ni gloria. Te marcas tus etapas, lo vives con mayor o menor entrega y ocurren, y transcurren, y se difuminan en el tiempo. Algunas las recuerdas, de otras te ayudas de algún vídeo, de algún recorte de periódico, de alguna revista, para revivirla. Hay años, ya digo, especiales, ediciones que, a pesar del tiempo transcurrido, podemos relatarlas casi como si hubieran sido ayer mismo. La de 1996 fue el punto de inflexión entre el reinado de Indurain y una época “voluble” (podemos denominarla). Hasta el 6 de julio de 1996, en las rampas de Les Arcs, en plenos Alpes, cualquier aficionado tenía meridianamente claro que Indurain vestiría de amarillo cuando concluyera la etapa, pero algo, que por entonces se denominó “pájara”, sucedió en el organismo del colosal navarro. Ya habían pasado unos años, unos cuantos años, muchos años, y el cuerpo ya no recuperaba igual. Miguel Indurain había pasado a profesionales en 1985 y disputado su primer Tour ese mismo año. Lo finalizó, por vez primera, en 1987, y en 1991 lo ganaba, tras una portentosa exhibición en Val Louron y en las contrarrelojs. Luego llegarían otros cuatro y dos Giros y tres medallas en los Mundiales, y etapas y carreras menores o mayores, y… El tiempo pasaba, era el ciclo de la vida, el desgaste, no un simple desfallecimiento por deshidratarse. No queríamos creerlo hasta que llegaron los Pirineos, con Hautacam primero y, sobre todo, con Pamplona y aquella etapa de 262 kilómetros, en el día en que el Tour decidió homenajear al campeón más humilde que ha habido en toda la historia del ciclismo. Indurain, desencajado, soportó, como pudo, las rampas de Larrau, el otro rey de los Pirineos, el puerto más infernal de la Cordillera y que sirve de entrada en Navarra. Las imágenes de todos los noticiarios deportivos mostraban a un Rijs magnánimo, grande en la victoria, cediendo su protagonismo deportivo a Indurain en el podium de aquella jornada del 17 de julio de 1996. Al día siguiente, volvían las imágenes de dos gigantes, pero ya se nos habían teñido de negro. Había muerto José Manuel Fuente, el Tarangu, el mejor ciclista asturiano de la historia. Indurain, rey de aquellos meses de julio, era eclipsado: se nos iba deportivamente el gran Miguel Indurain, se nos iba para siempre Tarangu.

(En portada, valga la redundancia, portada mítica del diario "El Mundo Deportivo", el día 7 de julio de 1996)

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